Bitácora de una enfermedad

Los síntomas se presentaron a eso de las 5 de la tarde, un dolor punzante en la parte baja del estómago. Aunque a primera impresión no pensé que pasaría a mayores, solo era un simple dolor. Traté de continuar con mi vida de lunes festivo, pero fue imposible. 
La cuestión empezó a empeorar luego de seguir con el intenso dolor a pesar de que había tomado medicina para contrarrestarlo. Entendí que iba en serio. El baño fue el aliado para poder librar la batalla. ¡Qué debilidad tan bárbara! Sentía que la vida se estaba yendo poco a poco, el dolor aún seguía, ni los remedios más poderosos habían podido. Me senté frente al tv a ver si me distraía un poco y consigo el dolor se mermaba, la sed me atacaba más y más, el agua fría era lo único que hasta ese momento me caía bien, hasta que los vómitos entraron en acción. Ahora si que se estaba poniendo feo. 
No hallaba algún modo de estar cómodo en mi casa, no resistía ya hasta que accedí a ir al hospital. Débil, cansado, un poco mal humorado, quizás muy mal humorado ya, entré a la sala de espera a eso de las 11:00pm de un lunes festivo: Debía estar leyendo el libro que me prestó un amigo. 
La sala de espera amplia, el frío característico de un hospital, algo que no ayudaba a con el dolor, al contrario, lo intensificaba. Las bancas azules ya con muestra de varios años de uso, en el extremo izquierdo, cerca de la puerta del primer consultorio, una señora de edad, de algunos 60 años y su hija. Se le notaba en su cara un humor de esos cariñosos, no sabía si era por lo que le aquejaba u otra cosa, pensé que era lo primero, lo lógico. Detrás de las sillas donde yo me senté un joven somnoliento luchando con Morfeo a cabezazos. Frente a mí, pero a lo lejos entre la puerta del segundo consultorio y el tercero, una señora de más edad que la otra, con cara de no saber qué pasaba, al lado, supongo que la hija quien le hizo seña a un señor que se le acercó a decirle algo de que la mamá ya no escuchaba bien y estaban ahí porque tenía dolor de cabeza. Cerca de ella una mamá con su bebé en brazos envuelto en una sábana amarilla como la camisa que tenía. Su cara era como de tranquilidad, pero las piernas le traicionaban mostrando el grado de desesperación al moverlas. El televisor que estaba en la pasaba un reportaje el cual no le presté mayor atención, no podía. En la pequeña oficina de admisiones la encargada de recibir el documento de identidad a los pacientes que entrar y en la otra ventanilla un señor con cara de amargura que es quien entregaba las salidas. Decidí aguardar con calma hasta que llamaran a mi nombre.   
11:30 - El dolor continuaba, las personas que encontré en la sala aún permanecían ahí, ahora viendo el programa en el televisor sobre la victoria de la selección. Una punzada en el estómago me atacó de repente y me obligó a ir al baño. Me levanto con calma para no avivar el dolor, entro al de hombres, trato de encender el foco, no sirvió. Decidí ir al lado al baño de damas, al final no creí que alguien me reclamara. Si le servía la luz, después de hacer lo que el dolor y la enfermedad me obligo a hacer, esa vez por décimo segunda, me dirigí a la salida, presiono el interruptor del foco, no sirvió, estaba directo. Salí y todo en normalidad. 
11:50 – La señora que estaba frente a mi decide irse, la hija le dice al portero que jamás la atendieron después de esperar más de dos horas: Caramba, dos horas y yo apenas tenía 50 minutos allí. 
11:55 – Llegó una señora de tes blanca, alta pelo mono, de algunos 50 años, se tocaba la parte superior del estómago, quizás era lo mismo que yo padecía. Se sentó en la parte de atrás de mí, a la derecha. A mi izquierda aún seguía la batalla épica con Morfeo. 
00:00 – Un médico internista de alto reconocimiento sale del consultorio cuatro, mira entre los presentes, la señora cabello mono se le acerca y le dice que le duele el estómago, él le dice que no se preocupe que ya la van a atender. 
00:05 - Llaman a la señora que tenía el mejor humor del mundo. Se levanta con rapidez y entra al consultorio número uno. A todos los presentes se nos notaba una tranquilidad, porque nuestro turno se acercaba.
00:08 - El dolor no se ha ido, siento dentro de mí una explosión, mi esófago me avisó que el vómito se aproximaba. Me levanté corriendo al baño. Al salir, todo igual.
00:15 – Se abre el consultorio cuatro cerca al televisor colgado en la pared, sale un joven médico y entra al consultorio uno donde atienden a la señora amistosa.
00:20 – Llega un señor, se veía sereno, no parecía enfermo. Lo acompañaba su hijo, idéntico a él, solo que con unos años menos de encima. El joven medico sale del consultorio uno y en medio de la sala de espera pregunta: ¿Quién es la señora González? La señora mona a mi espalda se levanta y dice: ¡Yo! El joven le dice: Ahora la atenderán. Todos hicimos contacto visual entre nosotros por lo acontecido. Se notaba el descontento. El joven entró de nuevo al consultorio cuatro. 
00:25 – Sentí de nuevo las ganas de ir al baño, ya no soportaba más, quería volverme chango. Fui, hice lo que me ordenó mi cuerpo, salí y había un par de muchachas registrándose en admisiones. Ambas de estatura baja, delgadas, una de ellas tenía una sudadera, quizás la pijama. Decidí cambiar de lugar, necesitaba recostar la cabeza, sentía que me debilitaba más y más. Me senté en un lugar de la señora que aún estaba siendo atendida. Solo quedábamos la mamá desesperada con su bebé en brazos, el señor de edad, la señora González, las dos muchachas y yo. 
00:30 – En el televisor arrancó la repetición de ‘También caerás’. Sale la señora que estaba siendo atendida. No menciona quien sigue, solo se va a admisiones y pide lo que está en la impresora. 
00:40 – Sale de nuevo del consultorio cuatro el joven médico, se acerca donde la señora González y me dice: Sigue usted. Todos miramos el acto y desaprobamos con la mirada. La señora González se levantó y se dirigió camino al consultorio uno. La mamá con su bebé en brazos se levanta y le dice al joven médico: ¡¿Cómo es posible que a la señora la vayan a atender enseguida sabiendo que nosotros estamos aquí primero?! ¡Claro, solo porqué es la vecina del médico internista, respete los turnos! La señora González entró al consultorio y cerró la puerta. La madre desesperada abre la puerta y le dice al médico: ¡Yo llegué primero que ella! El médico le responde de una manera grosera: ¡Entre pa’ atenderla entonces! La mamá y su bebé entran al consultorio, antes de cerrar la puerta se ve la cara del joven médico con descontento por el reclamo. 
00:55 – Sale la señora González del consultorio, la cara le había cambiado. 
01:00 – Sale la mamá con su bebé, no dice quién será el siguiente, va a admisiones y pide lo que está en la impresora. Lo consigue y sale. 
01:15 – No hay llamado para atender. 
01:30 – Aún no llaman. Voy al baño de nuevo. Salgo y todo igual. 
01:40 – Nadie sale del consultorio a llamar al próximo paciente, que, según mis cálculos, era yo. Las muchachas se inquietan y preguntan en admisiones a la encargada, le dice que deben esperar el llamado. No contentas con la respuesta, se acercaron a la puerta del consultorio uno, abrieron y no había más nadie, solo la camilla, la báscula, el escritorio con el computador y tres sillas. Una de ellas abrió la puerta del segundo consultorio y tampoco encontró a alguien, tercer consultorio y el mismo panorama. La otra hermana caminó al extremo al cuarto consultorio, abrió la puerta y encontró lo mismo: Ningún médico que nos atendiera. Ellas y el hijo del señor de edad dieron la vuelta a la media isla que era la oficina de admisiones en busca de ayuda. Regresan con la cara de angustia: No encontraron a nadie.
01:55 – El desespero creció. Las hermanas volvieron a buscar entre los consultorios a ver si ya habían regresado, pero no hubo nadie. Caminaron de nuevo al otro lado en busca de ayuda, al regresar dijeron: Ya un médico viene.
02:00 – Un médico salió del consultorio cuatro y llamó: María Ruíz ¿No? 
- No – Respondimos los presentes al unísono. 
- Marta Díaz ¿No?
- No – Otra vez en coro 
- Cesar Padilla ¿Tampoco?
- No – El coro habló
- Eliana Pérez 
- Tampoco – Respondimos. 
Hasta que por fin dijo mi nombre y me levanté. 
02:05 - ¿Qué tienes, amigo? – Me preguntó el médico
Me duele el estómago, - Contesté mientras me montaba en la camilla y el médico tomaba nota – o eso creo – en el computador – he vomitado y he ido al baño más de quince veces, no puedo moverme, porque el dolor me ataca y con él las ganas de ir al baño. El médico se levantó y se acercó a mí, me presionó el estómago dos veces con la punta de los dedos. El dolor que había sentido se multiplicó por 10. Caminó hacía la silla, se sentó y continuó escribiendo. Te mandaré líquidos – Dijo mientras su mirada estaba en la pantalla del computador – y algo para que te ayude con las idas al baño. 
¿Manejo en casa o será acá? – Pregunté.
Líquidos y medicamentos vía intravenoso – Respondió sin quitar la mirada del monitor – Es importante que repongas los líquidos perdidos. 
Listo, me parece bien – Respondí mientras me bajaba de la camilla.
02:30 – Salí del consultorio, me dirigí a admisiones, me entregaron las notas que el médico había tomado, el diagnóstico y las recomendaciones. Caminé hacia el fondo en busca de las enfermeras que me ayudarían. Subí una rampa y vi una isla formada por muros de un metro de altura más o menos, dentro estaba una enfermera con la mirada en el computador, parecía ocupada. 
Buenas, señorita – Dije – Disculpe que la interrumpa, pero vengo de parte del médico de allá, le mandó esto.
Busca una cama y ubícate – Me dijo. 
¿En cualquier habitación? – Pregunté. 
Si, en cualquiera. – Me respondió mirando las hojas que le había entregado en sus manos – Hay que esperar que vengas las enfermeras y los médicos para que te suministren los líquidos y los medicamentos. 
Si claro, está bien – Le respondí. Miré a mi izquierda y vi la puerta abierta, entré y encontré los focos apagados, había seis camillas en un cuarto de algunos cinco o seis metros de fondo y unos tres de ancho. Una de ellas estaba desocupada, antes de la pared del fondo. 
Me asomé a la puerta: Aquí estaré, amiga – Le dije a la enfermera que estaba afuera.
02:40 – Mi celular estaba sin señal, quería mandarle un mensaje a mi novia, pero no podía. Cerré los ojos. El dolor quería continuar. 
02:50 – Entró una mujer vestida de blanco con una bandeja, pensé que eran mis medicamentos. ¿Cristina Martínez? – Dijo entre la penumbra. La señora que estaba en la tercera camilla entre sábanas levantó una mano. Se derrumbaron las esperanzas de que me suministraran mis medicamentos para ayudarme.
03:00 – Miro mi celular, no hay mensaje ni llamada alguna. Miro hacia la ventana, no hay nadie. Vuelvo a cerrar los ojos. 
03:15 – Siento a lo lejos un leve dolor de barriga, la resequedad en mi boca se intensificaba. No había llevado agua. Abrí los ojos, me saboreé los labios, miré hacía el vidrio a ver si veía movimiento. Nada, ninguno.
03:35 – Abro los ojos, me doy cuenta de que Morfeo había empezado a pelear conmigo, me estaba ganando, pero no podía ceder, debía estar despierto cuando llegaran mis medicamentos. Miré fijamente a la puerta esperando que se abriera. No sucedió. 
03:40 – Veo pasar a alguien por el pasillo, pero solo pasó por ahí, más nada. 
03:45 – En mi mente empiezo a concebir la posibilidad de mejor irme a casa. 
03:55 – Escucho voces femeninas en el pasillo, pero no duró mucho. 
04:00 – Mi reloj se estaba cansando de tanto que lo veía, mi mente empezó a considerar la salida hacia casa como lo mejor. Igual no me habían colocado nada. 
04:05 – Salgo del cuarto a ver, está la enfermera que encontré y, a la cual, le entregué mis papeles, en compañía de otra enfermera. Cada una en un computador. Regreso a la camilla, me siento, empiezo a pensar si sería pertinente pedir retiro voluntario o si solo me voy y ya. 
04:15 – Decidí salir, pero no me atrevía ¿Qué tal que me volviera el dolor?
04:20 – Me bajé de la cama, caminé a la puerta, miré y solo estaban las dos enfermeras de espaldas a mí, más nadie. Camino a la salida, el portero mira a lo lejos si tengo algún tipo de esparadrapo que diera a entender que sería yo el paciente, pero como ni eso me colocaron el portero me dijo: Tenga cuidado, compañero. Salí del hospital cinco horas después con el mismo dolor, más deshidratado y sin medicamento alguno suministrado.
04:40 – Llegué a casa, en el camino compré en una farmacia que es 24 horas varios bolis de suero, para por lo menos mantenerme con algo. Me tomé un boli. Me acosté pensando en que perdí más de cinco horas de mi vida para ir a un hospital que duró más de dos horas en atenderme y el resto me puso a esperar en vano.
Me pregunto: ¿Será falta de organización por parte del hospital en cuanto a los médicos de turnos en cuanto a su horario de trabajo? ¿O será el sistema de salud que permite todo eso? ¿No amerita un cambio de verdad? 

Basado en una historia real. 

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