Su caos

Aquel día de verano, viendo la laguna que daba de comer a todos, pero que a la vez obligaba a todos a vivir de ella sin darle chance a explorar otros horizontes, él estaba  ahí, viendo a la nada, pero a la vez viendo todo. Su mundo estaba en caos, su mente confusa, su mirada perdida, sus sentidos desorientados, pero los pies aún cuerdos sobre el piso. Ni el canto de la mirla a lo lejos hizo que su frente se perdiera, los trupillos se movían con el viento seco y caliente, siendo ellos otro mecanismo para darle calor a la piel, dotando al ambiente de soledad, de angustia y ansiedad, nada de lo que estaba ahí ayudaba para que él se sintiera mejor. Su alma se había ido, pero su cuerpo estaba ahí. Quizás por dentro el remordimiento estaba carcomiendo sus entrañas, pero su corazón le decía que le pagaron mal, su cerebro le decía que fue un mal movimiento, pero había algo más que no lo dejaba seguir. ¿Ese amor se había llevado su ser sin preguntar si quería seguir viviendo en paz? Las injusticias de la vida, su mal hecho un monstruo gigante que no dejaba su cabeza quieta. Repasó cada momento vivido junto a su amor para saber qué ocasionó su debacle: ¿Serían sus besos? ¿Faltaron más caricias? ¿Olvidaría él una fecha importante? Pero se dio cuenta de que, al pasar los días, su amor se fue desvaneciendo como azúcar en medio del agua. No fue la falta de besos, no fue la posible insuficiencia de caricias, fue que su amor solo era momentáneo, de esos que al bajar el telón lo recordarás como algo preciado que tuvo entre sus manos, que solo estaba hecho para disfrutar por un momento, para disfrutar por corto tiempo, la pena que él tenía fue que su amor había durado junto a él más de 50 años y, él, ahora solo tenía una casa sola que cuidar, una vejez que mantener y un recuerdo que conservar...

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